martes, 23 de febrero de 2010

columnas para todos o para nadies

Supongo que si luego de haber co-protagonizado el éxito televisivo más importante de la década de los 80, nadie se acordó de mi; dificílmente me recuerden los que leyeron algunas apostillas acerca de las vicisitudes (así me lo corrigió el Word) de tener un almacén. Yo soy Phillip, el Negro; el que te salva afin de mes y te mata a principios, el almacenero del blog. Y al igual que Tabaré (Vázquez) quiero joder un poco antes de que los vientos de cambio que llegan al blog me vuelen hasta vichadero.

Este febrero fue cruel para el bolichero; un mes corto, con los mismos gastos de siempre y con una semana menos, porque cómo quedó establecido desde la primer columna ,me tomo todos los feriados y me tomo todo en los feriados. Creo que por eso no pude levantarme temprano ayer y me lo tomé como un asueto extra. En fin, esto me obliga a seguir buscando vías alternativas de comercio.

En enero (hace mucho que no nos vemos incurrí en la venta de vestimenta, especializándome en ropa interior. Descubrí que las mujeres en este país se ponen cualquier cosa, pero creen que es lindo; los hombres también se ponen cualquier cosa, pero no les importa. O al menos es lo que me hacen creer a mí cuando pasan al probador que tengo atrás del mostrador y les doy mi opinión. Debo reconocer que es complicado que se prueben ropa interior en el almacén y no la compren, porque volver a empaquetar esas prendas tan pequeñas es difícil como envolver los huevos de a 15. Pero el nicho de mercado siempre está ahí, esperando ser descubierto y explotado. En este caso era la ropa interior para niños. ¿Por qué´? Porque la viven rompiendo, y porque es de malísima calidad, igual que la de los adultos. Pero las madres quieren que sus hijos tengan ropa interior sana por las razones que una clienta me esgrimió:

Gladys: Mirá Fíli (ella lo pronuncia así) sho (un saludo perezvila, hacés escuela por el barrio) quiero que al Wilian nadie me lo meta de sucio, viste. Entonce, si a él le pasa algo el calzoncillo tiene que estar impeca, porque uno nunca sabe cuándo va a ir a parar a la policlínica y se va a tener que quedar en calzones.

Y sí. Tiene razón. Uno eso nunca lo sabe, y supongo que Wili a sus 9 años tampoco se imagina cuando le va a tocar. Así que La Gladys religiosamente cada quincena me compra un calzoncillito, de esos a rayas negras finitas sobre colores claritos. Lo más impráctico si se me permite la opinión.

Pero no todo es soplar y hacer botellas. Hace unos mese pude vender aquella cocina “Arthur Martin”. Una ganga, pero desde ese día me quedé con ganas de explotar la veta gastronómica, y me puse en campaña. Y debo reconocer que el trabajo siempre paga, con la plata que junté en diciembre de los chivos y las gallinas fui a Bavastro y me compré un carrito de hamburguesas.

Puf, qué mundo. Hay que saber comprar la hamburguesa correcta; me inclino por esa del paquetito de tres por 10 pesos, se me complica para separarla. Pero para algo tengo la máquina de cortar fiambre, no? Y el pan, que transa. Lo mejor fue pedirle al que me arrima las masitas de a peso que me traiga los panes de manteca que le rechazan por chicos. ¡Negocio! Se los compro a la mitad de lo que me cuesta una tortuga suelta. Y los aderezos lo solucioné fácil. Rellené 4 botellitas de medio y les hice un agujerito en la punta, y el color de la tapa me indica qué es cada cosa: la azul de salus mayonesa, la verde mostaza, la violeta de h2o kétchup y la roja de coca cola picantina. Qué rica la picantina. Compro bolsas de 3 kilos de cada cosa y voy rellenando, y la salsa golf la hago mezclando kétchup y mayonesa. Y a mí me gustaba la salsa barbequiu. Qué negro pelotudo. Con los chori y los panchos se complica, porque la fritanga de la grasa disimula la calidad de la hamburguesa, pero el pancho y el chori lo hago hervido (no me llega el gas a la parrillita, y si los abro en la plancha se me caen todas esas perlitas blancas de sabor que contienen los chori; entonces el agua no me disimula nada y ahí hay que invertir. Bueno, los cobro a precio de estadio, así que me cubro por ahí. No me animé a meterle huevo frito porque no quiero que me vuelvan a caer los de la bromatología. Así que me cuido en eso de la higiene.

Salado estuvo bautizarlo al carrito. Pensé en “Choripepe” para estar agiornado, o en “Panchoworld” ahí me di cuenta que debería ser “Pancholandia” pero no me llenaba del todo el nombre. “Los panes y chorizos calentitos del Negro” quedaba muy largo, y con hamburguesa acá no pega nada. Así que fui a cambadu y revisé el historial (como en el internet explorer) y me decidí por uno que hizo historia y que era de un inmigrante como yo. Los espero pronto.


El 1º de marxo los espero ahí, al costadito del botones del radisson, que es cliente y saca fiado y me reservó un lugarcito para que le achique la el recargo